De vez en cuando la vida te da
sorpresas. Conoces gente que piensas como es posible haya
sobrevivido a la maldad del mundo.
De éste - en la serie que inicié hace años sobre "caracteología de mis cruces de caminos"- puedo afirmar, y estoy
convencido de ello, que jamás perdió la gracia del bautismo.
Me cruce en la vida con él siendo
sacerdote ( sacerdote él, no yo, jolines, que es que hay que
explicarlo todo).
Tenía algo de Monchín, el muñeco de
Jose Luis Moreno: ojos grandes, muy abiertos, adornados de una
mirada fija, de pupilas cristalinas, como disecadas , y una sonrisa permanente, de
boca cerrada y mofletes bonachones. No era de charlar mucho. Sobre
todo se fijaba y sonreía.
Parecía que se enteraba de las cosas,
pero un día descubrí que no. La mayoría de la vida que veía,
escuchaba, sufría o, simplemente, le pasaba, para él era cosa
misteriosa. Suspendía el juicio.
Daba igual que estuviese despierto o
dormido. Imagino que, como Monchín, en la cama dormía con los ojos
abiertos y la sonrisa puesta de oreja a oreja. Despertaba, y
se limpiaba los dientes con los ojos abiertos y la sonrisa puesta.
Después, comía con los ojos abiertos y la sonrisa puesta. Entrabas
en el oratorio y allí estaba, mirando el sagrario con los ojos
abiertos y la sonrisa puesta.
Te confesabas con él, y te daba la
absolución con los ojos abiertos y la sonrisa puesta.
Era un hombre recto. Hacia las cosas
por obligación. Nunca sabías si de buena o de mala gana, jamás lo
vi enfadado, ni entusiasmado por algo. Era lo que había que hacer.
Ni una queja, ni una señal de disfrute, ni una mala cara, ni un
resquicio para el desfase. Sólo los ojos abiertos, y la sonrisa
puesta.
Este tipo de carácter podría ser
cura, cisterciense, o lo que la vida dispusiera. Todo en él es
certeza, voluntad de hierro. Si en lugar de entregarse en celibato
apostólico se hubiese casado, sería igual: trabajo duro, y
cumplimiento de las obligaciones conyugales: mínimo 20 hijos. Es lo
que se supone que un hombre casado debe hacer.
No os confundáis: no estamos ante
ningún asomo de sensualidad. Este cumpliría con el débito con los
ojos abiertos y la sonrisa puesta.
Admiro gente que vive así. Es una vida
con muy pocas complicaciones.
Una tarde me contó que, pocos años
después de ser ordenado, comentó a sus superiores que había cosas
de la sexualidad que no entendía. Su sencillez era pasmosa, y su sinceridad enternecía.
- Me enviaron a hablar con don X
(omito el nombre del sacerdote que le iba asesorar en materia tan
pegajosa)...¡¡¡y me dijo cada cochinadaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Lo de “cochinada” lo acompañó
de, además de los ojos abiertos y la sonrisa puesta, encogiendo los
hombros como un niño, y moviendo la mano derecha de arriba abajo.
Aluciné. “Este tío no se pispa de
nada”, pensé.
Habría que escuchar al consejero que,
entre nosotros, era de un poligonero muy principal.
A mi me asombraba lo elemental de
este hombre, lo lirondo que se mostraba, su inocencia afable: con
los ojos abiertos, como vidriados, y la sonrisa monchil, tan
inquietante.
Un día me coge a solas con el famoso
“¿tienes un momento?”, y larga esta cándida perla.
- Mira, es que contigo me sucede que
no sé cuando hablas en serio, y cuando en broma. Porque es que yo
no tengo nada de imaginación, y lo que me dicen me lo creo. Por
eso te agradecería que me dijeras cuando hablas en serio, y cuando
no.
Esto así, sin anestesia, y había dado en la clave de su naturaleza, en su esencia: no tenía imaginación. Poca gente es capaz de hilar tan fino.
- Mire-le contesté- el criterio
podría ser: todo lo que diga en confesión, va en serio...lo
demás...
Pero la mejor fue la tarde que me llama
a solas a su despacho y me susurra...
- Creo que deberías aconsejar a
fulano que debería poner fecha a su boda...
No penséis que lo sentenció
preocupado, o nervioso, o azorado,¡nada de eso!, ¡si ya lo
conocéis!: lo dijo con los ojos abiertos y la sonrisa puesta.
El fulano era un hombre soltero y
piadoso, ennoviado hacía años de una soltera más piadosa, si cabe. Yo
lo conocía bien, así que no cabía presumir que las prisas del
cura fueran por un posible embarazo (fuera parte que no concebía
que, de ser así, el tío se lo contara a este hombre).
Pero imaginé por donde iban los
tiros...
- Oiga, acaba de patearse el sigilo
sacramental.
- ¿Yo?- preguntó con los ojos
abiertos y la sonrisa puesta.
- Sí, usted.
- ¿Y eso?- repreguntó con los ojos
abiertos y la sonrisa puesta.
- Porque lo que usted sabe es por
confesión , y el consejo que me ha dado para que se lo haga saber
a fulano viene, me temo, de esa fuente.
- ¿Tú crees?
- ¿Por qué si no deberían poner
fecha a la boda si no es porque hacen... “cochinadas”?
Silencio expectante, perplejidad planetaria. Me miraba con los ojos
abiertos, fijos, hialinos, vidriados. Sonreía con los
labios prietos, comprimidos, como Stan Laurel...más
silencio...parecía buscar si lo que le había dicho era o no
razonable...
- ¡Vale, vale!...¡no he dicho
nada!
Me recordó a un humorista de mi
infancia que se llamaba Locomotoro ,que cuando metía la pata, decía
“¡borra eso, borra eso!”.
Un bendito.
De todas las personas que han intentado ayudarme a conocerme más y mejor, sin duda, ésta fue la que mejor me definió. Un día sentenció- imagino las vueltas que debió dar hasta encontrar el busilis de uno: "Suso, tú eres un destemplado".