Un amigo me envió esta foto. Son los bancos del Colegio Mayor Monterols esperando a ser recogidos en la calle, junto a otros trastos viejos, por el ayuntamiento de Barcelona.
Me produjo un algo de tristeza, de nostalgia , de un ayer que conocí muy bien, hoy en ruinas. Me ha dejado jodido esta fotografía. No son los sólo los bancos de un oratorio en el que recé, me dormí, me aburrí, lloré, temblé, canté, también los madrugones, las ceremonias, las penumbras que provocaba la luz de un flexo, las meditaciones soporíferas y anodinas de la mañana de un cura que, probablemente, padecía Asperger. Y las personas con las que allí conviví.
Cuando uno quería ser bueno y santo.
Monterols , entonces no me daba cuenta , era una especie de buque Escuela de la Marina , como un Juan Sebastián Elcano, o un West Point , que te acompañará para siempre en el futuro. Veo esos bancos allí, esperando en la calle , anónimos e indiferentes, y me duele el reflujo de los recuerdos y la nostalgia que reside en ese lugar y las personas que lo habitaron.
Y parece que todo aquello fue una mentira. ¿ Lo fue?
¿Eran falsos los de Dou, los Artigas, los Miralbell. los Boza, los Riocabo, los Cremades, los Font...?
En una película "Come , raza, ama..." se pregunta el protagonista hablando de la ciudad eterna, cómo podía haber imaginado Augusto, el primer gran emperador de Roma, que lo que para él significaba el mundo entero acabaría un día en ruinas. Y es verdad que la capital italiana ha ido creciendo alrededor durante siglos y, como resultado, ese lugar silencioso y casi sagrado se ha convertido, entre todo el bullicio y las consecuencias del paso del tiempo, en una bella herida. Y es que las ruinas no tienen por qué tener una connotación negativa.
¿Qué hay más bello que un castillo?...las ruinas de un castillo.
Pero en esta instantánea no hay ruinas. No hay nada.
Porque, al fin y al cabo, todo lo que sigue en pie siglos y siglos, allí está , perdurable e inmutable. Ese eco del pasado que se proyecta en el presente y que se augura que seguirá reverberando en el futuro.
Ni siquiera siento decepción. Porque este final no lo esperaba nadie, tan cutre y rasposo como un velcro. Esta fotografía es lo menos opus dei que pueda pensarse. Una fotogenia fatal, conmovedora, un fraude que no se quiere reconocer. Recuerda a ese personaje del Irlandés, Frank Sheeran , un pobre hombre al servicio den una causa , con una fidelidad de perro, que obedece y ejecuta. Ese hombre que se nos presenta patético en su arrugado y ajado rostro y gestualidad, reumático, artríticos, enjuto, desdentado, comiendo alimentos blandos, jugando a la petanca.
Un final melancólico, nostálgico agrio, donde uno debe recoger los frutos de lo que ha ido recolectando, y allí Frank se encuentra frente al vacío, intenta curar heridas sin éxito, la muerte es un ente cercano al que se espera con dignidad , pero sin satisfacción alguna.
Esta imagen es unan metáfora que pone los pelos de punta, incluso los de los brazos.
Tal vez he caído, a ver esta foto, en el síndrome llamado trastorno del viajero nostágico. Ese que experimenta una gran desilusión al volver a un sitio en el que un día se fue feliz y, al regresar a ese Colegio Mayor , esas calles un día amadas, notas que han cambiado. ¡ Pero, joder! , ¿unos bancos de un oratorio en la calle?
Uno, que es un sentimental de tomo y lomo, busca cuando pasea por su Zaragoza de la infancia, por esa Barcelona del ayer, la sensación de volver a los mismos espacios y esperar que fueran inmutables y perennes como las hojas de los pinos, o encontrar en ellos un portal hacia otro tiempo, una vía rápida para trasladarse a entonces.
Para mi en eso está la gracia: las personas suelen sentir predilección por los imposibles. Pero, ¿ esto?
Para los románticos empedernidos como yo el olor de esas velas en aquel oratorio, la oscuridad de las meditaciones, los cantos gregorianos , el aroma del incienso, el cabrón de Dou tocando las palmas, y los cojones, para que llegásemos puntuales, el dolor de las articulaciones después de horas rezando de rodillas , todo eso se quedará para siempre en mi memoria.
La ruina de un oratorio de Monterols fantasma se sigue sintiendo, aunque ya no esté. Soy de los que piensan - el que lee el Barullo ya lo sabe- que los sitios y las personas que se aman siempre regresan, aunque sea de un modo distinto a como sucedieron en el pasado; vuelven de un modo diferente.
También sucede que, en ocasiones, vuelven a umo de un modo imprevisto y desconcertante. A su manera.
Con todo, la imaginación, las ruinas, también forman parte del viaje. Fueron sitios que uno amó. Y quiso ser bueno, y santo.
Por eso me jode tanto ver esta fotografía.