El adanismo de la política. Es de maravillar como estamos en manos de estúpidos que creen que vivimos inaugurando una nueva era. No hay nada nuevo bajo el sol. Todo es muy viejuno. Huele a choto de siglos.
Hay un capítulo muy poco conocido del Imperio Romano que ilustra muy bien este asunto. Como el Teatro Romano no podía competir en espectadores con el Circo, que era la diversión máxima de la época, comenzó a introducir mejoras morbosas: ¡las fornicaciones y los asesinatos que acontecían en escena empezaron a ser reales!
Para lo segundo utilizaban a presos o esclavos condenados a muerte. Cuenta Jean Duché en su Historia Universal de la Humanidad:
"Solo el teatro podía concurrir con la apuesta mutua y las olas de la sangre —concurrencia modesta en comparación con el circo, pero para nosotros asombrosa, pues entre los tres teatros principales sumaban un total de sesenta mil plazas. No eran las tragedias lo que atraía a las masas, sino la pantomima, que era el cine romano. La pantomima tenía dos caminos de éxito: el terror del suspense y el erotismo. Lo mismo que en Hollywood, actores, músicos, directores estaban al servicio de la vedette.
La pantomima tenía, sin embargo, una inmenso atractivo: cuando llegaba el momento de la peripecia obscena, los mimos fornicaban de verdad. En el género "terror", el Laureolus estaba en cartel desde hacía doscientos años, gracias a la ferocidad del bandido incendiario y estrangulador que, para terminar, era decapitado en escena; sin embargo, Domiciano había consentido que esta última parte fuese doblada, y un delincuente común sustituía al actor en la peripecia final".
Poco hemos avanzado desde entonces. Hoy estamos como en la película " La zona de interés". El comandante de Auschwitz, vive con su familia junto al campo de concentración. Su esposa dirige el orden de la casa, tratando de hacer de ella y de sus alrededores un lugar idílico para la vida familiar. A las puertas del espanto, la vida cotidiana es similar a la que podrían llevar junto a una fábrica de automóviles alemana.
Estremece observar sus tareas domésticas o asistir a las conversaciones frecuentes en la casa, alejadas del horripilante entramado que les sustenta a pocos metros. Como parte de un orden individualizado y meritocrático, hacen lo que se espera de ellos y creen merecer lo que van obteniendo por ello: nada les impedirá conseguir la vida a la que aspiran.
Desde la casa se puede ver el humo de los crematorios durante la noche o se escuchen los gritos, lejanos, de los judíos. A veces se aprecia el olor. Pero ellos viven ajenos: se preocupan por mejoras en la vivienda, por ampliar la familia o por ascensos y traslados en el trabajo. La casa y la abstracción les permite la vida idílica que cualquiera querría: amigos y reuniones, visitas familiares, sirvientes, días de piscina y paseos por el jardín, charlas de café…
Da igual dónde o cuándo. Todos esos momentos sugieren una discapacidad humana atroz. Han creado un mundo propio exterminando cualquier sentimiento , sostenidos por el aislamiento, por los muros que les salvan de la monstruosidad que ellos mismos construyen y evitan a diario.
Esa Roma está aquí. Resulta inevitable encontrar paralelismos a gran escala con la vida contemporánea y con el estado de las cosas y de los conflictos actuales: ¿no somos parte de algo parecido?
Todo lo que estamos viendo , aborto como derecho, eutanasia y la eugenesia, la mentira y la doblez como instrumentos de la política. Estamos en la misma mierda.
Schopenhauer dice que a Dante le bastó basarse en nuestra vida cotidiana para escribir su Infierno. Para escribir el Paraíso, en cambio, se obligó a inventar, porque en la tierra no existe nada parecido.
El sufrimiento del mundo supera al infierno de Dante. Y algunos no quieren verlo.